¿QUIÉN CONTROLA NUESTRA VIDA?
¿QUIÉN CONTROLA NUESTRA VIDA?
Al momento de entregar nuestras vidas a Cristo, no nos separamos definitivamente de nuestra vieja naturaleza de pecado. Esta vieja naturaleza permanece moribunda en lo más profundo de nuestro ser, esperando manifestarse en la mínima oportunidad que le demos. Cuando entregamos nuestra vida a Cristo, somos revestidos de la nueva naturaleza la cual es controlada por el Espíritu Santo. En el interior del creyente, estas dos naturalezas conviven, y se manifiestan independientemente la una de la otra. Esta manifestación por lo general se reflejará en el comportamiento del creyente, tal como nos da a conocer el apóstol Pablo: “Los que están dominados por la naturaleza pecaminosa piensan en cosas pecaminosas, pero los que son controlados por el Espíritu Santo piensan en las cosas que agradan al Espíritu. Por lo tanto, permitir que la naturaleza pecaminosa les controle la mente lleva a la muerte. Pero permitir que el Espíritu les controle la mente lleva a la vida y a la paz.” Romanos 8:5-6 NTV.
La vida de las personas inconversas generalmente está dominada por la naturaleza humana pecadora, cuyo centro es el yo, cuya única ley es el propio deseo, que se apodera de lo que quiere en cuanto puede. Esta naturaleza principalmente está controlada por las pasiones, por la lujuria, por el orgullo o por la ambición. La vida dominada por los deseos y las actividades de la naturaleza humana pecadora se dirige a la muerte. En el sentido más literal, no tiene futuro, porque se va alejando más y más de Dios. El permitir que las cosas del mundo dominen totalmente la vida conduce a la extinción, es un suicidio espiritual. Al vivir así uno se incapacita cada vez más para estar en la presencia de Dios. Se vuelve resentido contra la ley y el control de Dios. No piensa en Dios como su amigo, sino como su enemigo.
La vida del creyente debe estar dominada por su nueva naturaleza en Cristo, la cual está controlada por el Espíritu Santo. Bajo el control del Espíritu Santo, los creyentes piensan en las cosas de Dios y cómo agradarle con su vida. El creyente tiene espacios diarios de comunión con su Creador por medio de la oración y el estudio de Su Palabra. Al llevar este estilo de vida, se va acercando día a día al cielo aun cuando sigue en la tierra. Es una vida que es una marcha tan regular hacia Dios que la transición final de la muerte no es más que un paso más en el camino. La persona controlada por el Espíritu y unida a Cristo va de camino a la vida eterna en la presencia de Dios Padre; la muerte no es más que un interludio inevitable que hay que pasar en el camino. Pese a nuestra conversión a Cristo, tenemos estas dos posibilidades de vida, si bien controlada por el Espíritu Santo, o controlada por nuestras pasiones carnales. Este control será evidente en nuestro comportamiento delante de los hombres.