UN CORAZÓN AGRADECIDO
UN CORAZÓN AGRADECIDO
Los seres humanos por naturaleza son quejumbrosos, siempre encuentran razones y motivos para quejarse de algo. Se quejan por el clima que hace: hace demasiado calor o demasiado frío, que no llueve o que llueve demasiado. Se quejan por la comida, que le falta sal, azúcar, sazón, que es grasosa, que está demasiada cocida o falta cocer. Se quejan de su aspecto físico: que son muy altos, que son chaparros, que son gordos, que son flacos, que tienen la tez obscura o blanca, que son calvos o que son velludos. Se quejan de dolores y achaques insignificantes. Se quejan de su empleo y el salario, por la falta de empleos, aunque tengan uno. Critican a los gobernantes de turno, porque hacen obras o porque no las hacen. Se sienten desdichados al lado de otras personas, por las posiciones que tienen. Los hombres siempre se quejan de todo y no ven nada bueno que proviene de las manos generosas de Dios. El apóstol Pablo conociendo lo quejumbrosos que podemos llegar a ser los cristianos ante Dios, nos hace este pedido: “Tampoco debemos quejarnos, como algunos de ellos lo hicieron. Por eso el ángel de la muerte los mató.” 1 Corintios 10:10. TLA.
Pese a conocer la bondad y la generosidad de nuestro amoroso Padre Celestial, casi nunca nos damos tiempo para agradecerle por todas las bendiciones que día tras día derrama en nuestras vidas, en su lugar, siempre nos estamos quejando de una cosa o de otra, tal como lo hizo el pueblo hebreo en el pasado. Los israelitas se quejaron delante de Dios por la falta de pan, de carne, de agua, incluso llegaron a quejarse de haberles sacado de la esclavitud en Egipto. Dios tuvo mucha paciencia con ellos y les proveyó de todo lo que le pedían, pero pese a eso, el pueblo no paraba de quejarse, razón por la cual Dios envió al ángel de la muerte como castigo sobre su pueblo. Pablo ante esta realidad pasada con el pueblo hebreo, nos hace un llamado para que dejemos de quejarnos de todo ante Dios, pues si persistimos , posiblemente nos envíe un severo castigo tal como lo hizo sobre el pueblo hebreo.
Pese a que somos mal agradecidos y quejumbrosos, Dios ha sido tan bueno con nosotros y por eso nunca ha dejado de derramar sus bendiciones en nuestras vidas. Él siempre nos ha dado todo lo que hemos necesitado y mucho más, hasta nos dio a Su propio Hijo para que derramara su preciosa sangre como pago por nuestros pecados. Al ver todo lo que Dios nos ha dado, deberíamos dejar de quejarnos por todo y en su lugar agradecerle por todo, como por la comida, agua pura, casas confortables y ropa para cubrir nuestra desnudez y para abrigarnos del frío. Y sobre todo debemos agradecer siempre a nuestro Señor por entregar su preciosa vida para rescatarnos de la condenación y darnos la posibilidad de vivir en el reino de los cielos.
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