LA VERDADERA LIBERTAD
LA VERDADERA LIBERTAD
Existe un concepto erróneo generalizado entre los hombres de lo que implica la libertad, pues muchos la entienden como una carta abierta para hacer todo lo que bien les parece, pero la libertad no es eso. Es respetar los límites establecidos para una convivencia pacífica y armónica dentro de la sociedad. Algo similar sucede entre los creyentes, pues tienen un concepto distorsionado de la libertad que tienen en Cristo Jesús. La libertad del creyente, no es para complacer a los deseos de su vieja naturaleza de pecado, sino para velar por el bienestar de su prójimo, tal como nos da a conocer el apóstol Pablo: “Hermanos, Dios los llamó a ustedes a ser libres, pero no usen esa libertad como pretexto para hacer lo malo. Al contrario, ayúdense por amor los unos a los otros.” Gálatas 5:13 TLA
Antes de conocer a Jesucristo, el hombre se encuentra bajo la esclavitud del pecado, sometiéndose a su voluntad, pero una vez que conoce a Cristo, y lo acepta como su Señor y Salvador, es liberado de esa esclavitud, y de toda consecuencia de sus acciones pecaminosas. Pero la libertad que le da Cristo, no es para que siga sometiéndose a los deseos de su carne, sino para que se aparte definitivamente de esos deseos que le lleva a la condenación eterna. La libertad que le da Cristo al hombre tras su conversión tampoco es una carta abierta para que siga pecando, sino para que viva una libertad responsable sin transgredir las leyes humanas y menos aún los mandatos de Dios. Los redimidos por la preciosa sangre de Jesucristo son llamados a expresar su amor, brindando su ayuda a sus semejantes.
Es verdad que el creyente está libre de la Ley, pero esto no quiere decir que esté sin ley. Ahora es un siervo de Cristo, ligado por las cuerdas del amor, y comprometido a obedecer los numerosos mandamientos Suyos que se encuentran en el Nuevo Testamento. Por eso, si deseamos descubrir la libertad a dondequiera que vayamos debemos aprender a sujetarnos a las leyes humanas establecidas, así como a las leyes físicas y naturales de este mundo, y más aún a los mandatos del eterno Creador. Un músico debe conocer y respetar las leyes de la armonía si desea regocijarse en el mundo fascinante de la música. Un constructor debe estar al servicio de la ley de la gravedad, o de otro modo su casa se convertirá en un montón de ruinas. Nosotros que hemos aceptado a Cristo, debemos sujetarnos a los mandamientos de Dios, de lo contrario, de nada valdrá que hayamos alcanzado la libertad gracias al sacrificio realizado por Jesucristo. La verdadera libertad del creyente, se allá solo en la obediencia a los mandatos de Dios, pues si sigue dando riendas sueltas a los deseos de su carne, seguirá en la esclavitud del pecado y sus consecuencias eternas.