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NO NOS AFERREMOS

NO NOS AFERREMOS

Aferrarse a un título gubernamental o a un cargo en los puestos de trabajo, es propio de los seres humanos, por eso no estarán dispuestos a abandonar con facilidad, sino que lucharán fervientemente para mantenerse en esos cargos. Algo similar también sucede en la vida cristiana, pues algunos creyentes se aferran tanto a los cargos ministeriales que no están dispuestos a que otro creyente pueda ocupar su lugar. Por eso se oponen a cualquier reestructuración de liderazgo dentro de las congregaciones cristianas y ministerios. En contraste a los hombres, Jesucristo no se aferró a Su título y lugar de privilegio que tenía en el reino de los cielos, sino que se despojó en beneficio de toda la humanidad: “Aunque era Dios, no consideró que el ser igual a Dios fuera algo a lo cual aferrarse. En cambio, renunció a sus privilegios divinos; adoptó la humilde posición de un esclavo y nació como un ser humano. Cuando apareció en forma de hombre,” Filipenses 2:6 NTV.

Antes de Su venida a este mundo, Jesucristo ocupaba un puesto de privilegio junto a Su Padre en el reino de los cielos, compartía Su misma divinidad, autoridad y poder sobre toda la creación. Los ángeles de la corte celestial estaban a su servicio día y noche, porque era Dios mismo sentado en Su santo trono. Pero pese a todos estos privilegios que tenía, cuando vio que la humanidad necesitaba ser redimida de sus pecados que le condenaban a una eternidad de sufrimiento, no se aferró a su posición y privilegio que compartía con Su Padre, y estuvo dispuesto a dejar Su igualdad posicional con Dios y venir a este mundo para redimir a toda la humanidad y rescatarlo de su condenación.

El Señor por Su inmenso amor y misericordia, voluntariamente y en completa humildad renunció momentáneamente a todos sus privilegios divinos, para adoptar un cuerpo y una naturaleza humana para el beneficio de toda la humanidad que se encontraba sumergida en las profundidades del pecado. Jesucristo al encarnarse, no renunció a su deidad para convertirse en humano, sino que dejó a un lado el derecho a su gloria, su poder y su majestad en el reino de los cielos que compartía junto a Su Padre. Al Señor tampoco le importó ser rechazado, menospreciado, afligido y asesinado por los mismos hombres pecadores por quienes abandonaba su divinidad. Su amor y misericordia por la humanidad, prevaleció sobre cualquier título y posición divino en el reino de los cielos. Al igual que Jesucristo, no debemos aferrarnos a los cargos que podamos ostentar en este mundo, ya sea en el ámbito secular y ministerial. Siempre debemos estar dispuestos a dejarlos, si eso beneficia en algo a los que nos rodean. Nuestro corazón debe estar dispuesto siempre a servir a nuestro prójimo.

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