NUESTRA AYUDA AL NECESITADO
NUESTRA AYUDA AL NECESITADO
La ayuda a los necesitados es una de las tareas que deben llevar adelante los seguidores de Cristo. En ocasiones, pese a nuestro enorme deseo de extenderles nuestra mano, nos encontramos con la realidad de que no contamos con los recursos económicos suficientes para hacerlo. Pero nuestra ayuda a los necesitados, no necesariamente debe ser con recursos económicos, puede ser diferente, tal como fue la ayuda brindada por el apóstol Pedro a un hombre cojo: “Pero Pedro le dijo: Yo no tengo plata ni oro para ti. Pero te daré lo que tengo. En el nombre de Jesucristo de Nazaret, ¡levántate y camina!.” Hechos 3:6 NTV.
La mayor parte de su tiempo, los discípulos de Cristo se dedicaban a compartir las Buenas Nuevas de salvación, razón por la cual no contaban con recursos económicos suficientes para ayudar a las personas necesitadas. Por eso en cierta ocasión cuando Pedro y Juan iban a entrar al Templo para compartir el evangelio, un hombre que por más de cuarenta años había estado cojo les pidió algunas monedas, el apóstol no le pudo dar lo que el hombre le pidió, pero le dio algo más valioso que el oro, la plata o cualquier otro tesoro valioso. El apóstol Pedro le dio sanidad física en el nombre de Jesús.
El Señor antes de enviar a sus discípulos a compartir el evangelio, les había dado poder y autoridad para expulsar toda clase de demonios, así como para sanar toda clase de enfermedades. Pedro sin duda tenía ese poder, por eso pudo compartir ese poder con el hombre cojo para que pudiera caminar. El apóstol Pedro no necesitó de recursos económicos para poder satisfacer la necesidad del hombre, sino que pudo hacerlo con el don de sanidad que había recibido de su amado Maestro. Pedro no le dio esa dádiva en su nombre, sino que lo hizo en el nombre del Señor, por que solo al Señor le pertenece el poder, la gloria y el honor por toda la eternidad.
Para poder ayudar a nuestro prójimo, no es necesario que nosotros o nuestra congregación cuente con recursos económicos suficientes. Si está en nuestras posibilidades, les podemos ayudar con recursos económicos, o si no, les podemos ayudar con los dones y talentos que hemos recibido del Espíritu Santo de Dios. Posiblemente algunas personas sin saberlo, pueda que necesiten unas palabras de aliento más que recursos económicos, o sanidad interna, o que oremos por ellos, o que los escuchemos hablar, o simplemente necesitan que alguien les haga compañía. Por eso, siempre debemos estar dispuestos a ayudar a nuestro prójimo, además debemos pedir a Dios que nos muestre la manera en que lo podamos hacer. Cuando brindemos nuestra ayuda, debemos dirigir las miradas a Dios, para que Él sea glorificado por nuestras buenas obras.
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