DOMINIO PROPIO
DOMINIO PROPIO
Es algo inevitable que en algún momento de su vida, el hombre pierda su autodominio y explote ante las constantes quejas y berrinches de los que están a su alrededor. Cuando eso ocurre, los hombres no miden el efecto negativo que le puede acarrear a su vida, pronunciar palabras o tomar acciones en ese estado de ira o enojo. Pues la ira y el enojo generalmente nublan por completo el buen juicio que tienen las personas. Y precisamente este fue el caso de Moisés, cuando dominado por el enojo actuó de manera necia, lo que le acarreó un grave problema para su vida futura. Este hecho lo encontramos en el libro de los Salmos 106:33. “Hicieron que Moisés se enojara y hablara como un necio.” NTV.
Estar al frente del liderazgo del pueblo hebreo no fue una tarea fácil para Moisés, ya que este pueblo era difícil de manejar. Durante mucho tiempo, pacientemente aguantó las quejas de ellos. Pero llegó un momento que esa paciencia se le agotó y explotó ante las quejas constantes de sus compatriotas. En esa ocasión, el pueblo hebreo se había quejado por la falta de agua en Cades. Moisés trasmitió esa queja a Dios, y el Señor le ordenó que hablara a la peña para que de ella el agua fluyera como manantiales. Pero por la ira y el enojo que le había causado el pueblo, Moisés no habló a la peña tal como le había ordenado el Señor, sino que primero reprendió a sus compatriotas y luego golpeó la peña. Por sus palabras airadas y acción desobediente no santificó a Dios ante el pueblo y el resultado fue que perdió el privilegio de introducir a su pueblo a la tierra prometida (Números 20:1-13).
Es fácil que un hombre en su ira ardiente pierda su autodominio y sea descortés y violento contra otros creyentes tal como lo fue Moisés. Pero aunque la ira y el enojo contra nuestros hermanos de la fe, o contra las personas inconversas sean justificadas, no debemos explotar en contra de ellos. Aunque sea difícil, siempre debemos procurar tener autocontrol y dominio propio de nuestras palabras y acciones, ya que si explotamos en contra de nuestro prójimo, podemos meternos en graves problemas con Dios, tal como ocurrió con Moisés. Debemos recordar que una cosa es predicar la Palabra de Dios con tal poder que las personas queden convencidas de sus pecados y reconozcan que necesitan a Dios para encontrar Su perdón, y otra totalmente distinta es regañarles severamente como una expresión de irritación personal. Esto solo hará endurecer aún más el corazón de las personas y resistan al evangelio que puede transformar sus vidas. Al amonestar a nuestro prójimo, tratemos siempre de tener autodominio de nuestras palabras y acciones para no ofenderles, sino para que ellos reconozcan sus errores y busquen el perdón de Dios.