AMOR A DIOS
AMOR A DIOS
El hombre fácilmente se deja impactar por la fama momentánea de otros hombres, razón por la cual inmediatamente trata de imitarlos en todo, anhelando algún día llegar a parecerse a uno de ellos. En este deseo de parecerse a algún famoso, también caen algunos cristianos, siendo principalmente los niños, jóvenes y adolescentes. Con ese anhelo, empiezan a tener comportamientos similares a ellos y a hacer todo lo que ellos hacen. Posiblemente los cristianos adultos no anhelan parecerse a algún famoso del momento, pero sí anhelan practicar lo que ellos hacen, anhelan practicar las cosas de este mundo. Ante este posible deseo de dejarse atraer por los placeres de este mundo, el apóstol Pablo hace la siguiente exhortación a todos los hijos de Dios: “No quieran ustedes ser como los pecadores del mundo, ni tampoco hacer lo que ellos hacen. Quienes lo hacen, no aman a Dios el Padre.” 1 Juan 2:15 TLA.
El deseo de practicar los placeres que ofrece este mundo, no desaparece de la noche a la mañana cuando una persona acepta a Jesucristo como su Señor y Salvador. El deseo por los placeres de este mundo permanece latente en el interior del creyente, esperando en algún momento manifestarse. Este deseo generalmente se manifiesta cuando el creyente se encuentra débil espiritualmente y se junta con las personas inconversas que practican el pecado sin ninguna clase de remordimiento. En esa debilidad espiritual, el creyente se deja seducir sutilmente por las prácticas pecaminosas de los inconversos. El apóstol Pablo nos advierte para que no nos parezcamos a los pecadores, ya que ellos viven felices sin tener a Cristo en su corazón, por ende, no tienen el deseo de llevar una vida de acuerdo a Su voluntad. Además, nos advierte para que no demos rienda suelta a los deseos depravados de la naturaleza carnal como lo hacen los inconversos, ya que ellos lo hacen porque no aman a Dios el Padre.
Para una persona que afirma ser nacido de nuevo, gracias a la preciosa sangre que Jesucristo derramó en la cruz del calvario, no existe un término medio. Si bien es un cristiano genuino que se caracteriza por el amor y la obediencia a Dios Padre, o un no cristiano en rebelión contra Dios, enamorado del mundo y esclavizado por el sistema mundano controlado por Satanás. Es momento de que analicemos nuestra vida, somos o no hijos de Dios. Si somos hijos de Dios, no debemos querer ser como los pecadores de este mundo, ni desear practicar lo que ellos hacen, por la sencilla razón de que el desear y practicar los placeres del mundo, no son para nada compatibles con el amor para con nuestro amoroso Padre Celestial. No podemos amar los placeres de este mundo, y al mismo tiempo amar a Dios. Si profesamos amor a Dios el Padre, debemos odiar los placeres pecaminosos de este mundo.
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