SANTIDAD DEL TEMPLO
SANTIDAD DEL TEMPLO.
EZEQUIEL 46:1 Esto dice el SEÑOR Soberano: la puerta oriental del atrio interior permanecerá cerrada durante los seis días laborables de cada semana, pero se abrirá los días de descanso y los días de celebración de luna nueva. 2 El príncipe entrará a la antesala de la entrada desde afuera. Luego se quedará de pie junto al poste de la puerta de entrada mientras el sacerdote ofrece su ofrenda quemada y su ofrenda de paz. Se inclinará en adoración dentro del pasillo de la entrada y luego regresará por donde entró. La puerta no se cerrará hasta el anochecer. 3 La gente común se inclinará y adorará al SEÑOR delante de esta entrada los días de descanso y los días de celebración de luna nueva. NTV.
El templo o la casa de adoración al Señor de los Ejércitos Celestiales, aunque sea un edificio creado por manos humanas, no debe ser profanada y tratada como cualquier edificio común, ya que desde el momento que se le dedica a Dios, se vuelve un lugar sagrado, y explícitamente para rendir culto y adoración a Dios. La consagración de la casa de adoración a Dios, no es un capricho de los hombres, sino que fue una ordenanza dada por el Señor en el pasado a su pueblo escogido. En ese tiempo, el templo era lo más sagrado para Dios, porque era el lugar de su morada terrenal en medio de su pueblo. Todo aquel que profanara su morada, corría el peligro de ser castigado severamente. Castigado por su osadía al menospreciar la santidad de su morada terrenal.
El eterno Creador, demanda un completo respeto por el lugar donde se le rinde culto y adoración. En el pasado, esto era más estricto todavía, ya que no había libertad de ingreso a las personas comunes a los lugares específicos del templo, como el lugar del atrio, el lugar santo y menos aún al lugar santísimo. Todos esto lugares estaban completamente restringidos a las personas comunes y corrientes o laicos, ya que estos lugares eran totalmente santificados, y solo tenían acceso a estos lugares del templo, los sacerdotes, los sumo sacerdotes y sus ayudantes, ya que ellos estaban totalmente consagrados por el Señor para el servicio dentro del templo.
Teniendo en cuenta la santidad de su morada terrenal, el Señor continuó con su instrucción al profeta Ezequiel para que siguiera adelante organizando toda la adoración en el nuevo templo de Jerusalén. Dios le describió la función de los que le servirían en el templo, así como la función del príncipe de la nación hebrea y la participación de los laicos en el culto y la adoración. La responsabilidad del príncipe sería la de presentar todas las ofrendas para los diferentes sacrificios ordenados por el Señor. A pesar de esta gran responsabilidad, al príncipe no se le permitiría la entrada al lugar del atrio interno, durante todo el sacrificio, él debía estar fuera del lugar del atrio sacrificial y permanecer en la puerta observando todo el sacrificio.
Aunque el príncipe no era parte de la familia sacerdotal, él era el único que tenía el privilegio de observar al sacerdote realizando el ritual sacrificial desde un sitio tan cercano al atrio interior, ya que el resto del pueblo tenía que estar completamente afuera esperando que el ritual terminara. Durante el sacrificio, el príncipe debía mostrar reverencia total e inclinarse en completa adoración dentro del pasillo de la entrada y luego debía regresar por donde entró. Así mismo, las personas laicas que estaban en vigilia esperando la finalización del ritual en las afueras del atrio exterior, debían inclinarse y adorar al Señor de los Ejércitos Celestiales. La prohibición de la entrada al atrio interior a los laicos, demostraba la santidad del servicio a Dios y el lugar de los sacrificios.
Queridos hermanos. El Señor ordenó al profeta Ezequiel que no se les permitiera el ingreso a los laicos a los lugares santificados del templo, sino solo a los que estaban completamente santificados, pues si entraba un laico a estos lugares del templo, contaminaría la santidad del lugar, y los sacrificios quedarían totalmente inservibles. Hermanos. Dios demanda la santidad de sus siervos y el lugar donde se le rinde adoración, teniendo en mente este anhelo de Dios, debemos procurar que el lugar donde le rendimos adoración, no sea deshonrado con la práctica de pecados o el servicio con un corazón indigno. Por eso antes de permitir a las personas que ocupen el pulpito de nuestras congregaciones, debemos analizar sus testimonios de vida como seguidores de Cristo, no solo ante los creyentes, sino ante toda la sociedad.
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