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SALVOS POR EL HONOR DE SU HOMBRE

SALVOS POR EL HONOR DE SU HOMBRE.

EZEQUIEL 36:22 Por lo tanto, da este mensaje a los israelitas de parte del SEÑOR Soberano: “Los llevaré de regreso a su tierra, pero no porque lo merezcan sino para proteger mi santo nombre, que deshonraron mientras estaban esparcidos entre las naciones. 24 Pues los recogeré de entre todas las naciones y los haré regresar a su tierra. 25 ”Entonces los rociaré con agua pura y quedarán limpios. Lavaré su inmundicia y dejarán de rendir culto a ídolos. 26 Les daré un corazón nuevo y pondré un espíritu nuevo dentro de ustedes. Les quitaré ese terco corazón de piedra y les daré un corazón tierno y receptivo. 27 Pondré mi Espíritu en ustedes para que sigan mis decretos y se aseguren de obedecer mis ordenanzas. NTV.

Cuando los hijos obedecen en todo a sus padres, se creen que son merecedores de recibir alguna recompensa por este buen comportamiento. Esta forma de pensar también la tienen algunas personas adultas, ya que piensan que por hacer acciones filantrópicas en favor de las personas más necesitadas, son merecedores de entrar al reino de los cielos. Esta forma de pensar es errónea, ya que nadie puede hacer acciones tan buenas como para poder entrar al reino de los cielos. Para Dios, nada de lo que pueda hacer el hombre en sus fuerzas cuenta para que tenga acceso a su Reino, porque a su Reino no se entra por acciones humanas, sino, solo por su gracia Divina derramada en favor de los hombres. El hombre no merece ningún favor de Dios y menos entrar a Su morada santa, porque su vida está contaminada por el pecado. Pero Dios en su profunda gracia y por el amor de Su nombre, permite que los seres humanos puedan entrar a su Reino para morar eternamente junto a Él.

El pueblo hebreo no era merecedor de ningún favor de Dios, ya que lo había ofendido en gran manera con sus constantes rebeliones, su desobediencia y su adoración a los dioses paganos, pero pese a que Israel no merecía nada de Él, se conmovió al ver que su pueblo deambulaba errantes por diferentes ciudades, por eso, el Señor de los Ejércitos Celestiales dio una nueva profecía al profeta Ezequiel en favor de su pueblo amado. En esta revelación: el Señor prometió que llevaría de regreso a los israelitas a la tierra que les había dado a sus antepasados, para que se establezcan nuevamente como una nación. Pero esto lo iba a hacer no porque lo merecieran sino para proteger Su santo nombre, ya que las naciones del mundo habían empezado a mofarse de la realidad que estaba viviendo el pueblo hebreo, pues murmuraban: ¿Esta nación no es la que decía que estaba bajo la protección de un Dios poderoso? entonces, no es tan poderoso y por eso no los pudo proteger de Babilonia.

Por murmuraciones similares a estas, Dios quiso mostrarle a todo el mundo que él es santo y poderoso. Por eso iba a recoger a todo su pueblo que se encontraba disperso en diferentes naciones y llevarlos a Israel. Con el regreso de los exiliados a sus tierras, Dios les mostraría a las naciones del mundo, que él es Dios al que se le debe tener en cuenta y que cumple todas sus promesas. Además, con el objeto de que Israel pudiera volver a formar parte de la familia de Dios, el pueblo tenía que pasar primero por una purificación de la inmundicia en la cual se encontraban debido a la idolatría y sus pecados. Esta purificación al pueblo hebreo, no lo haría un sacerdote humano como se acostumbraba, sino que Dios mismo los purificaría. Los limpiaría de toda inmundicia para que no vuelvan a pecar, ni rendir adoración a los ídolos y dioses paganos. Dios no solo los purificaría, sino que también iba a cambiar sus corazones duros e incrédulos en corazones tiernos. Junto con el cambio de corazón, Dios les daría un renovado deseo de vivir de acuerdo con su voluntad.

Queridos hermanos. Al igual que el pueblo hebreo, nosotros no merecíamos ningún favor de Dios, pero por su amor, su misericordia y el honor de su Santo nombre, el derramó de su gracia en nuestras vidas, para que nosotros seamos perdonados de todos nuestros pecados que nos conducían a la condenación eterna. Gracias a esta dádiva no merecida, nosotros fuimos purificados de nuestra inmundicia de pecado y lavados con la preciosa sangre de Cristo Jesús, la cual fue derramada en el madero por causa de nosotros. Hermanos. Ya que hemos sido purificados de toda nuestra inmundicia, ya no pertenecemos al reino de las tinieblas, ahora pertenecemos al Reino de nuestro Señor, pues nuestros corazones fueron cambiados para que podamos vivir apartado de todo pecado y en conformidad a Su voluntad perfecta.

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