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ABANDONO DEL TEMPLO

ABANDONO DEL TEMPLO.

EZEQUIEL 10:1 En mi visión, vi que, por encima de la superficie de cristal que estaba sobre las cabezas de los querubines, había algo que parecía un trono de lapislázuli. 2 Entonces el SEÑOR le habló al hombre vestido de lino y le dijo: «Métete entre las ruedas que giran debajo de los querubines, toma un puñado de carbones encendidos y espárcelos sobre la ciudad». Así que el hombre lo hizo mientras yo observaba. 4 Entonces la gloria del SEÑOR se elevó por encima de los querubines y se dirigió hacia la puerta del templo. El templo se llenó con esa nube de gloria y el atrio resplandeció con la gloria del SEÑOR. 18 Luego la gloria del SEÑOR salió de la puerta del templo y se sostenía en el aire por encima de los querubines. NTV.

En otra visión, el profeta Ezequiel vio una vez más de cerca la magnificencia del supremo Creador sentado en su trono, lo vio actuar en su plena manifestación de majestad como Juez justo, dando órdenes a sus siervos para castigar a su pueblo amado desde su misma morada santa. El profeta escucho como el Señor ordenó a uno de sus siervos que estaba vestido de lino, que tomara un puñado de carbones encendidos de entre las ruedas que giraban debajo de los querubines, y los esparciera sobre la ciudad santa para purgar el pecado del pueblo que se había negado arrepentirse de sus acciones perversas. Esta acción era una anticipación de lo que le esperaba al pueblo hebreo, ya que la sentencia contra la nación ya había sido dictada con anterioridad, pues ellos habían reusado escuchar las advertencias de los profetas. La santidad perfecta de Dios demanda castigo por el pecado, por eso no podía dejar sin castigar la rebeldía de su pueblo elegido, y el ejecutor de esta sentencia sería el imperio babilonio.

El profeta también vio que después de que terminó su función de Juez justo, la gloria del Señor se desplazó hacia el atrio como si estuviera renuente a abandonarlo por completo, debido a que el templo que Él había ordenado construir a Salomón para que su pueblo le rinda adoración, ya no le pertenecía, pues el pueblo había remplazado la adoración a Él, por la adoración a otros dioses en el mismo templo que un día le habían rendido culto y adoración. Con estos actos, el pueblo había profanado completamente el santo templo, y Dios ya no podía permanecer en un lugar donde se había rendido adoración a los dioses paganos, además ya no tenía razones para permanecer junto a su pueblo en el templo, ya que el pueblo ya no lo tenía en su corazón, sino a los dioses de las naciones vecinas. Por todo esto, el Señor debía abandonar definitivamente el lugar que había sido Su morada terrenal.

La santidad Divina del eterno Creador requirió que Él abandonara el templo de la ciudad santa, debido a que sus habitantes lo habían profanado con sacrificios a los dioses paganos. Una vez que el Señor se desprendiera por completo de la ciudad santa, el ejército babilonio ingresaría a la ciudad para destruirla y matar a todos sus habitantes, ingresaría para dejar en desolación a la nación que en un día fue temida por el resto de las naciones. Jerusalén sin la protección divina quedaría en la ruina total incluido el santo templo de Dios. El eterno Creador debía destruir completamente todo aquello que el pueblo había pervertido a fin de que la verdadera adoración fuera renovada.

Queridos Hermanos. Dentro de cada uno de nosotros existe una guerra entre Dios y la naturaleza pecaminosa. Esta naturaleza trata de que llevemos una vida complaciendo a los deseos más perversos albergados en nuestro corazón. Trata de que nos desviemos definitivamente de los caminos que nos lleva a la salvación y al a vida eterna. Si seguimos a los impulsos de esta naturaleza pecaminosa, obligará al Señor a salir del templo de nuestro corazón, permitiendo así que sigamos con nuestra vida desenfrenada que nos lleva a la condenación eterna. La salida de Dios del templo de Jerusalén nos debe hacer conscientes de la posibilidad de que eso ocurra en nuestro corazón, por eso, por nada del mundo debemos permitir que eso ocurra, ya que si eso ocurre, seria nuestra destrucción espiritual. Hermanos. Dios es paciente con nosotros, pero su paciencia tiene un límite, llegará un día cuando su paciencia termine y nos abandone a nuestra suerte, tal como lo hizo con el pueblo judío en el pasado. Por eso, antes de que la paciencia de Dios termine, debemos comprometernos nosotros mismos, nuestras familias, y nuestras congregaciones a seguir fielmente en los caminos de nuestro Señor, para que nunca experimentemos el abandono de Dios a nuestras vidas.

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