VERDADEROS HIJOS DE DIOS.
Los deseos de nuestra vieja naturaleza todavía forman parte de nuestras vidas, porque todavía no hemos podido dar muerte a los deseos perversos que se encuentran en el interior de nuestro corazón. Por eso cuando estamos frente a una tentación, fácilmente tendemos a ceder a ella, fallando de esa manera a nuestro Señor. Pero la debilidad de nuestra carne, no debe ser una excusa para practicar el pecado a diestra y siniestra como lo hacen las personas que no tienen a Cristo en sus vidas. Nosotros no somos iguales a los inconversos, somos muy diferentes porque hemos nacido de nuevo en Cristo, y ya no pertenecemos al maligno como los inconversos, por eso ellos pecan con total tranquilidad. Debemos esforzarnos para no ceder con total facilidad a los impulsos de nuestra vieja naturaleza, y luchar para salir victoriosos de todas las tentaciones que nos pueda poner el enemigo. Con nuestra victoria sobre la tentación, demostraremos que somos verdaderos hijos de Dios y no del maligno. 1 Juan 3:8-10.