AMEMOS Y OBEDEZCAMOS COMO CRISTO
AMEMOS Y OBEDEZCAMOS COMO CRISTO
Dentro de una familia, no todos los hermanos nos hemos llevado bien. Desde niños, siempre hemos mantenido desacuerdos y peleas por diferentes razones. Este desacuerdo entre hermanos, en muchas ocasiones persiste en la edad adulta, incluso cuando tienen sus propias familias. Las peleas entre hermanos siempre ha existido y siempre existirá, pero cuando alguno de ellos tiene un problema que no tiene nada que ver con el círculo familiar, los hermanos casi siempre se apoyan mutuamente para ayudarse a salir de cualquier situación adversa que puedan estar atravesando, pese a las peleas que hayan podido tener en el pasado, porque tienen un lazo muy grande que les une: El lazo paterno.
El lazo de los padres es más fuerte que cualquier pelea que hayan podido tener, por eso los hermanos siempre estarán ahí para darse la mano, porque no se avergüenzan de la sangre que comparten. De la misma manera que los hermanos terrenales no se avergüenzan el uno del otro, Cristo Jesús tampoco se avergüenza de llamarnos sus hermanos a todos los que hemos aceptado su sacrificio en la cruz del calvario, tal como lo afirma el escritor de la epístola a los Hebreos: “Todos los que aman y obedecen a Dios son sus hijos, y Dios es padre de todos ellos. Y como Jesús también es Hijo de Dios, no se avergüenza de tratarlos como hermanos,” Hebreos 2:11 TLA.
Todos los cristianos antes de aceptar a Cristo Jesús en sus corazones, no eran hijos de Dios, pero una vez que aceptaron ese precioso regalo, se convirtieron en sus hijos y merecedores de las herencias celestiales. Las personas cuando aceptan a Cristo, sus vidas son santificadas y se vuelven dignas de estar en la presencia de Dios. Tras su conversión la vida del creyente es transformada y se asemeja a la vida del Unigénito hijo de Dios. El hombre convertido llega a tener un Padre, el mismo que es Padre de Cristo Jesús. Al compartir un mismo Padre, el creyente y Jesús, se vuelven hermanos, y coherederos de la gracia divina; por tal razón, Cristo no se avergüenza de tratar a todos los creyentes como sus verdaderos hermanos.
Ya que hemos aceptado el sacrificio que Cristo realizó a nuestro favor, empecemos a amar y obedecer a nuestro Padre celestial, tal como Cristo lo amó y lo obedeció hasta el punto de entregar su propia vida y recibir un castigo que no se merecía. Gracias al amor y la obediencia de Cristo a su Padre, tenemos un Padre que nos ama profundamente, y un Hermano que nos ama con la misma intensidad que nuestro Padre celestial. Cristo nos ama tanto que no se avergüenza de llamarnos sus hermanos, pese a los errores que cometemos diariamente. Tengamos siempre presente en nuestro corazón, el amor de nuestro Padre Celestial y el amor de nuestro Hermano Mayor Jesucristo. Empecemos a seguir el ejemplo de amor y obediencia mostrado por nuestro hermano Mayor hacia su Padre. Llevemos una vida de amor y total obediencia a la voluntad de nuestro amado Padre Celestial.
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