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GLORIÉMONOS EN LA CRUZ DE CRISTO

GLORIÉMONOS EN LA CRUZ DE CRISTO.

A menudo nos gusta jactarnos de los logros que conseguimos en la vida, sean logros académicos, deportivos, o logros de cualquier otra índole. Nos fascina sentirnos importantes ante los demás. Los logros que conseguimos en este mundo, de los cuales nos jactamos con regularidad, son pasajeros, ya que estos logros se quedarán en este mundo después de que dejemos de existir. Pero hay algo de lo que podemos enorgullecernos si hemos aceptado a Jesucristo como nuestro Señor y Salvador, esta jactancia no es pasajera, es eterna, nos acompañará hasta la eternidad. El apóstol Pablo era uno de los que se jactaba de este hecho y lo dejó por escrito para que nosotros también nos enorgullezcamos: “Yo, en cambio, sólo me sentiré orgulloso de haber creído en la muerte de nuestro Señor Jesucristo. Gracias a su muerte, ya no me importa lo que este mundo malo piense de mí; es como si yo hubiera muerto para este mundo.” Gálatas 6:14 TLA.

La muerte de Jesucristo es el hecho más importante para la fe cristiana, ya que, gracias a la muerte del unigénito Hijo de Dios, los hombres encuentran la redención y la justificación de sus pecados, porque si Cristo no hubiese muerto, no habría esperanza de salvación y vida eterna. El apóstol Pablo entendiendo este hecho maravilloso, se gloriaba en la cruz de Cristo, antes que en la carne de los hombres. Los habitantes de Galacia se estaban gloriando de cumplir la ley de la circuncisión dictada por Moisés, creyéndose ser justos en la presencia de Dios, desechando de esa manera la gracia de Jehová y menospreciando el sacrificio de Cristo. Pero Pablo, a pesar de ser circuncidado como dictaba la ley de Moisés se glorió en el sacrificio que realizó Cristo Jesús a su favor. Porque el Señor en obediencia a Su Padre se había entregado para liberarlo del presente siglo malo y justificarlo por medio de sus méritos en la cruz del calvario.

En la cruz de Cristo, el mundo murió a Pablo y Pablo al mundo, por eso ya no le importaba lo que este mundo malo pensara de él, solo le importaba lo que Dios pensara de él. Cuando un hombre acepta a Cristo como su Salvador, el mundo le dice adiós, y el redimido debe decir adiós al mundo. Adiós a todos los placeres carnales y a todo lo atractivo que le puede ofrecer el mundo, pues ha hallado algo que lo sobrepasa. La cruz de Cristo le ofrece al creyente una eternidad placentera junto a Dios Padre.

Ya no ambicionemos los placeres que nos pueda ofrecer este mundo, ni nos gloriemos o jactemos de las banalidades de nuestros logros personales, en su lugar, gloriémonos del sacrificio que Cristo realizó por amor a nosotros, gloriémonos de la salvación que hemos encontrado en Él. Y sin ninguna clase de miedo, de lo que el mundo nos pueda decir, testifiquemos a viva voz a todas las personas el poder salvífico de la muerte de nuestro Señor, para que todos puedan alcanzar la redención y la vida eterna en los lugares celestiales.

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