LAS ALABANZAS AL SEÑOR SON SAGRADAS
LAS ALABANZAS AL SEÑOR SON SAGRADAS
SALMOS 137:1 Junto a los ríos de Babilonia, nos sentamos y lloramos al pensar en Jerusalén. 2 Guardamos las arpas, las colgamos en las ramas de los álamos. 3 Pues nuestros captores nos exigían que cantáramos; los que nos atormentaban insistían en un himno de alegría: ¡Cántennos una de esas canciones acerca de Jerusalén!. 4 ¿Pero cómo podemos entonar las canciones del SEÑOR mientras estamos en una tierra pagana? NTV.
En medio de las tragedias y aflicciones, es difícil que las personas puedan estar alegres y jubilosos, porque no hay razones que motiven para manifestar esos sentimientos en medio de las tragedias, más bien, los sentimientos que florecen en esos momentos, son la impotencia, la amargura, la tristeza y el llanto. El pueblo hebreo al encontrarse en medio de la cautividad babilónica, no tenía razones para estar alegres y jubilosos, porque ya estaban muchos años fuera del territorio que Dios les había entregado como herencia perpetua, y cada día que pasaban fuera de su patria, la nostalgia y tristeza los agobiaban.
En su cautividad, en las tierras del imperio babilónico, el pueblo judío se reunía a la sombra de los gigantescos árboles, para recordar los bellos momentos vividos en su tierra amada, además, recordaban los trágicos sucesos que los habían llevado a estar lejos de su patria natal. En medio de la tristeza y la melancolía de los recuerdos vividos, los miembros de la tribu de Leví que habían estado a cargo de ministrar al pueblo en el templo de Jerusalén, habían colgado sus instrumentos musicales en las ramas de los árboles como señal de su tristeza, ante la realidad que estaban viviendo. Para un músico de profesión, lo más triste es dejar su instrumento a un lado. Leví había hecho eso, porque no tenía razones para entonar dulces y alegres melodías en tierras extrañas.
Los soldados que vigilaban a los cautivos, al ver sus instrumentos musicales, les exigían que cantaran canciones acerca de Jerusalén; y sus himnos cantados en las solemnidades litúrgicas del templo. La petición resultaba sarcástica en labios de sus opresores, pues exigir a sus prisioneros cantar sus cánticos acerca de su tierra natal, e himnos a su Creador. Para los judíos, la tierra patria era la única tierra sagrada del orbe, porque en ella tenía su morada el Dios de Israel. Todos los otros territorios resultaban profanos para su cerrada concepción religiosa nacionalista. Por eso, no cedieron ante las peticiones de sus vigilantes, porque el hacerlo, sería totalmente incoherente cantar los cánticos de Yahvé en tierra de idólatras paganos. Sería como olvidarse de Jerusalén, la ciudad Santa de Dios. Veían algo moralmente inapropiado acerca de mezclar las cosas del Señor con las cosas del mundo.
Ante la petición extraña, el salmista prefería quedar lisiado o mudo antes que usar los cánticos del Señor para entretener a los enemigos de Dios. Para él los salmos de Sión no eran sólo una bella música de entretención, eran canciones sagradas de adoración reservadas para el Señor. La perspectiva del salmista en cuanto a la entonación de canciones dedicadas para el Señor, se han ido perdiendo. Pues muchos cantantes cristianos, ya no ven la alabanza al Señor como algo sagrado, pues lo han convertido en un show, un espectáculo para entretener a las masas cristianas. Pues dicen cantar al Señor, pero sus presentaciones se asemejan más a los shows de los músicos paganos, antes que la adoración y reverencia a Dios. No hay nada de sagrado en replicar las cosas del mundo en las cosas de Dios.
Queridos hermanos, la ministración al pueblo de Dios a través de las alabanzas es algo totalmente sagrado, por eso, no se tiene que considerar que las alabanzas al Señor son para entretener a las masas. La música, si realmente se considera cristiana, debe estar enfocada en la palabra de Dios. Enfocada para llevar a las personas a los pies de Cristo. Enfocada para que los cristianos alaben y glorifiquen el santo nombre de Dios. Hermanos, no nos dejemos llevar por el ritmo de las canciones, las luces o el humo en los pulpitos, porque eso es una copia más de los espectáculos seculares. En su lugar, tratemos que nuestras alabanzas al Señor en nuestras congregaciones sean algo sagradas. Alabemos a Dios con himnos y cánticos sacados de las páginas de las Sagradas Escrituras.
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