Jesus Is Life

LA CASA DE DIOS

LA CASA DE DIOS.

SALMOS 84:1 Qué bella es tu morada, oh SEÑOR de los Ejércitos Celestiales. 2 Anhelo y hasta desfallezco de deseo por entrar en los atrios del SEÑOR. Con todo mi ser, mi cuerpo y mi alma… 10 Un solo día en tus atrios, ¡es mejor que mil en cualquier otro lugar! Prefiero ser un portero en la casa de mi Dios que vivir la buena vida en la casa de los perversos. NTV.

Para los verdaderos seguidores de Cristo, estar en la presencia de Dios, adorando y glorificando su santo nombre todos los días, es el profundo anhelo de sus corazones. Estos fervientes seguidores de Cristo, si por algún motivo no pueden estar presentes en el día de adoración a Dios junto a la congregación, se siente intranquilos, e impacientes por haberse perdido de ese maravilloso privilegio. La adoración a Dios en el lugar donde se congrega la familia cristiana, es un gran privilegio que muchos seguidores de Cristo no toman en cuenta, por eso cuando no asisten a la casa de Dios en el día de adoración, no les va ni les viene, les da igual si no se congregan para adorar y glorificar al único Dios verdadero. Pero los verdaderos adoradores preferirían estar en la casa de adoración, adorando a Dios, que estar en cualquier otro lugar satisfaciendo a su naturaleza carnal.

El salmista por una situación que posiblemente escapó de sus manos, no pudo unirse en la peregrinación a Jerusalén con ocasión de las fiestas religiosas. Por no estar presente participando de la adoración a Dios en el templo de Jerusalén. Con un profundo pesar oró al eterno Creador, anhelando estar presente en los atrios del templo, en cuerpo, alma y espíritu. El salmista tenía este ferviente deseo de estar en los atrios del templo, adorando y glorificando a Dios, porque en su presencia encontraba una profunda paz para todo su ser. Solo en la presencia de Dios, hay gozo, paz y seguridad, para el cansado y el quebrantado de espíritu. Alabar y glorificar al Señor, renueva la fuerza, la esperanza, y la comunión con Dios.

Para el salmista, estar un solo día en los atrios del templo, era mil veces mejor que estar en cualquier otro lugar, incluso prefería estar aunque sea de portero en la casa de Dios que vivir la buena vida en la casa de los perversos. El salmista tuvo el privilegio de vivir en un lujoso palacio lleno de riquezas y servidumbres, pero prefería mil veces más que estar en la casa de Dios antes que en un palacio lujoso. Algunos seguidores de Cristo preferirían visitar un palacio lujoso, salir a pasear, o hacer deportes con sus amigos y familiares un domingo, antes que asistir a la iglesia a adorar y glorificar a Dios. El privilegio de estar un día en los atrios del Señor no tiene punto de comparación para el salmista al igual que para el verdadero creyente, pues sus anhelos son estar junto a la gloria, al gozo, a la belleza y a la libertad de su Señor y Salvador.

Queridos hermanos, En la época del Antiguo Testamento, el gozo completo de adorar a Dios para el pueblo hebreo, solo era posible en la ciudad de Jerusalén, ya que en Jerusalén se encontraba el Templo de Dios, y solo ahí se podía ofrecer los diferentes sacrificios decretados por el Señor bajo la ley Mosáica. Pero el día de hoy, la adoración a Dios no está limitada a un solo lugar específico como en los tiempos del Antiguo Testamento, los seguidores de Cristo están en libertad de rendir culto y adorar a Dios en cualquier parte del mundo. Sin embargo, la iglesia, la casa de Dios, debe ocupar un lugar muy especial en el corazón del creyente. Hermanos, gracias al sacrificio de Cristo Jesús, nosotros podemos encontrarnos con Dios en cualquier parte del mundo y en cualquier momento, pero asistir al lugar donde se congrega el cuerpo de Cristo, nos ayudara a alejarnos del bullicio de la vida pues entramos donde podemos meditar y orar con tranquilidad. Encontramos gozo, no en el hermoso edificio, sino en la oración, el canto, la enseñanza, la predicación y la comunión. Por eso al igual que el salmista, anhelemos de todo corazón estar siempre la presencia de Dios, adorando, y glorificando Su santo nombre, antes que estar en cualquier otro lugar lujoso, o de distracción, que nos puedan separar de nuestra comunión con nuestro amado Señor.

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