LA PACIENCIA DE DIOS TIENE UN LÍMITE.
SALMOS 74:1 Oh Dios, ¿por qué nos has rechazado tanto tiempo? ¿Por qué es tan intensa tu ira contra las ovejas de tu propia manada? 2 Recuerda que somos el pueblo que elegiste hace tanto tiempo, ¡la tribu a la cual redimiste como tu posesión más preciada! Y acuérdate de Jerusalén, tu hogar aquí en la tierra. NTV.
El pueblo hebreo a lo largo de los años había acumulado una serie de faltas y pecados contra el eterno Creador. En esos años, Dios se había mostrado paciente durante varias generaciones, esperando pacientemente a que el pueblo recapacitara, y voluntariamente volviera a estar bajo su gobierno y autoridad. Pero nada de eso había ocurrido, pues cada día que pasaba, el pueblo se apartaba más y más de la presencia de Dios, y se introducía más en el camino de la perdición, la idolatría y la inmoralidad sexual. Ante estos hechos abominables, la paciencia del eterno Creador llegó a su límite, se echó a un lado para dar lugar al juicio. Dios levantó su cuidado y protección sobre la nación, permitiendo que las naciones enemigas, invadieran con total facilidad el reino de su pueblo escogido.
Sin el cuidado y la protección de Dios, el imperio babilónico destruyó completamente el reino. Israel quedó desolada y en cenizas. Al ver la ruina de su nación, algunos habitantes del reino, que se habían mantenido fieles a Dios, lamentaron profundamente la tragedia. En sus corazones sintieron que el eterno Creador había abandonado a su pueblo definitivamente. Con esta percepción, en oración, el salmista cuestionó a Dios, y le pidió las razones por las cuales les había rechazado por tanto tiempo, y demostrado su ira, si eran el pueblo al que había redimido mucho tiempo atrás.
Dios había elegido a Israel para que sea su pueblo desde antes que llegase a conformarse como una gran nación. Los había cuidado y protegido de todo peligro y amenaza, les había dado una identidad, un territorio donde fluia leche y miel. Pero Israel no aprovechó estas dádivas de Dios, más bien constantemente se rebelaron y provocaron la ira de Dios sobre toda la nación. El salmista y un grupo reducido de Israelitas se habían mantenido fieles al Señor, pero no pudieron detener la ira de Dios sobre el reino, ya que gran parte del reino estaba corrompido, no había remedio a su corrupción más que la destrucción.
Algunos seguidores de Cristo al igual que el salmista, cuando atraviesan dificultades, cuestionan a Dios, y le piden razones por las cuales están atravesando por esa situación, y tratan de argumentar para demostrar que no son merecedores de esas aflicciones. Argumentan, que asisten fielmente a la iglesia, que dan diezmos y ofrendas sin falla, y que le sirven en algunos ministerios. Si las aflicciones del creyente son debido a un pecado no confesado, no sirve de nada toda obra que puede hacer. Pues para salvarse de la aflicción, lo primordial es que oportunamente se arrepienta y confiese su pecado a Dios.
Queridos hermanos, el pueblo hebreo por su infidelidad a Dios, sufrió un tremendo castigo a manos del ejército del imperio babilónico, quienes sin compasión destruyeron completamente la ciudad, inclusive el santuario de adoración al eterno Creador. Por mucho tiempo, por amor a su pueblo, Dios había detenido su castigo, pero el pueblo fue indiferente, no quiso apartarse de la maldad y el pecado, más bien, se pervirtieron mucho más, y sufrieron el castigo merecido. Hermanos, si en algún momento caemos en las redes del pecado, no seamos necios como el pueblo hebreo, busquemos pronto el perdón de Dios. Sí mostramos un arrepentimiento sincero, su misericordia puede venir veloz, y su ira contra nosotros puede apartarse de la misma manera. Pero si persistimos en seguir pecando, no nos sorprendamos si la paciencia de nuestro Señor se acaba y su ira sea sobre nosotros.